jueves, 17 de julio de 2014

La próxima que me pidan un consejo, voy a darlo en una taza de té.
Nunca me gustan los consejos cuando estoy triste, a mí dame un abrazo que me asfixie de amor y listo. No me gustan porque nadie te va a decir que todo está re mal, ni siquiera cuando le estás contando la desgracia de tu vida... Y lo digo con total seguridad porque soy una de esas. El consejo siempre lo da una persona que está -por lo menos ese día- mejor que uno, y por eso se pide. La verdad es que no imagino ir escuchando consejos de alguien que tiene pensamiento suicidas. Porque, aunque casi nunca siga ni un consejo, siempre existe la posibilidad de que alguna palabra de esa persona que nos está dando una opinión, nos quede en la cabeza.
Cuando mi vieja me encuentra triste, me abraza y me dice que todo va a estar mejor, y diez minutos después aparece en mi cuarto con un té de tilo, como si fuese que en esa tacita está toda la magia del universo para hacerme feliz otra vez... Busco la sonrisa más mentirosa que tengo, de modo que la deje tranquila, porque siempre odié pasarle las tormentas que hay en mi cabeza a la mujer que más quiero... 
Me hago la que ya está por unos minutos, mientras me irrita porque sigue atrás mío, pensando en voz alta, me irrita que piense en voz alta, me irrita, me irrita... 
Acto seguido, me resigno, porque no se va a ir, porque está viendo como me tomo el té que tiene toda esa magia, cada vez que agarro la taza es una caricia para su alma -mamá me parece re choto que hagas esto, en serio me parece re choto, andate, dejame-. 
Acto seguido, escucha que me río, porque alguna boludez de ella siempre está presente para que me haga irritar tanto hasta la risa. 
Acto seguido, sigue en mi cuarto, sigue, da vueltas por la casa, vuelve, vé la taza, me pregunta como estoy. 
(repite los dos últimos actos, hasta que se dé cuenta de que se me pasó y que la sonrisa que está viendo es totalmente sincera).
Algo de magia tiene el té de mierda de tilo, viste

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