miércoles, 25 de junio de 2014

Y ahí estabas, buscando un punto que marcaste en el mapa. Te fuiste lo más lejos posible, como si cada kilómetro de esa búsqueda contara una historia que se conformara en una cápsula, que iba directo a ese rincón en tu pecho que sentías vacío, para darle un valor. 
Lo que estaba en tu cabeza, en tu alma y en tu corazón, era el pensamiento constante de que nada de lo que hagas revolucionando el pasado, te hará sentir en la piel el placer de sentirte vivo en el presente, y si hasta hoy tus días no te dieron el Sol, iluminarías con el reflejo del color de cada historia, pero sin volver a ellas.
En ese entonces, cada luz que encendías en tu alma, te recordaba a una experiencia, a un lugar, a un perfume, a un color; y seguiste caminando, buscando todavía ese punto. Hasta que te hiciste una pausa, y cuando supiste que tu viaje no se trataba de seguirlo con un mapa, con un destino marcado que te sentenciaba, lo rompiste, miraste el camino y te aferraste a él. Ya no estaba ese vacío, porque había más que una historia, más que un día iluminado... Te habías encontrado con tu esencia.

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